Hedmanos:
Por dos bodas heteras he tenido que subirme a un altar a leer unos textos en los que tan apenas creía. Igual leí unos pasajes bíblicos que podría haber leido alguna estrofa versada del Silmarillion. Pero como intento ser respetuoso para con las creencias de mis prójimos leí lo que se me indicó.
Ahora me enfrento a otra tesitura totalmente diferente: leer en un enlace lésbico. Llámalo matrimonio, llámalo boda, llámalo equis. Así que en un altar leeré con mi mejor carisma, intentando mostrar a la mayoría de asistencia heterosexual un camino excepcional.
Ya podría yo hablar las lenguas de los hombres heteros y de los ángeles asexuales; más no lo haré, porque mi lenguaje es el de la ironía y el humor. Lo que comunmente llamamos el lenguaje de la marica mala.
Al contrarío que en las bodas por el rito religioso, yo no incitaré a la familia tradicional a perpetuarse. No obligaré a las treintañeras a llenar sus entrañas de culpabilidad por seguir solteras y viviendo en un gozo de éxtasis otorgado por conocer en diferentes alcobas a no tan santos varones en pecado. Mi discurso habla de la amistad y el respeto que siento por una de las novias y de los mejores deseos para la nueva pareja.
Ya me gustaría tener el don de la profecía eterna y conocer todos los secretos de los charts británicos, conocedor de qué singles de Kylie van a llegar al número uno, podría tener fé como para mover a las musculocas en las discotecas y poder hacaerme un sitio en la barra para pedir el elixir etílico, a modo de garrafón, que sirven en Arena (Classic por supuesto); mas si no tengo amor, de nada me sirve todo este saber y toda esta fé.
El amor es paciente, afable; no tiene envidia; no presume ni se engríe; no es mal educado ni egoísta; no se irrita; no lleva cuentas del mal; no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad.
Esto lo único que realmente importa de las lecturas de la Biblia, del Corán y del Silmarillion: el amor. Porque en una boda, no se puede celebrar que los heteros se pueden casar. Y que tendrán hijos cristianos que serán heteros y que se casaran. Igual que no debemos celebrar que los homosexuales se pueden por fin casar. En una boda, lo único que debemos celebrar es el amor que las dos personas, sean de la raza que sean, tengan la sexualidad que tengan, se profesan la una a la otra. O el uno a la otra. O la una al otro. O el uno al otro.
Lo que realmente debe importarnos en una boda es el apoyo incondicional que los y las contrayentes sientan. Que toda esa gente, en forma de invitados, sentados a sus espaldas, que observan como se juran amor eterno, van a estar allí para lo bueno y para lo malo, en la salud y en la enfermedad, e incluso si acaban añadiendo a alguna personita en su familia, estaremos dispuestos a hacer de niñeros durante unas horas para que la pareja pueda ir al cine.
Palabra de Peibols.
Imagen | A quién le importa
Si algún dia me caso, no solo estarás invitado sino que además cuento contigo para una de tus lecturas 😀
Seguro que lloran con tu discurso. M’he emocionao con este, y no me quiero imaginar lo que me emocionaría con uno realmente preparado para la ocasión.
Alabado seas Peibols!!!!!!!!
jajaja ¿cuantos golpes contra el pensamiento «conservador» has dado en este post?
Gran discurso 🙂
si alguna vez me caso, quiero que sea contigo.
Es un buen discurso, además, lo importante es que se quieran y remarcar eso,lo de menos que sean heterosexuales, gays, lesbianas…
Muy bueno si señor!!! y por cierto! FELICIDADES A LAS NOVIAS! que sean mu felices en todo el camino que les queda por recorrer 😛
Se te ha olvidado decir la una a la otra.