Por mucho que queramos defender lo nuestro y a los nuestros, es que hay cosas que no hay por donde salvarlas por muy buena voluntad que pongamos en ello. Y es que el estómago y la paciencia tienen sus límites.
Hay un tipo de gay que me provoca arcadas. En inglés tienen un adjetivo que los denomina perfectamente: bitchy, o sea zorra rencorosa y malévola.
El término, que se aplica tanto a mujeres como a hombres, podría tener como paralelo más aproximado en español, el de marica mala. Pero quizás marica mala sea un calificativo demasiado genérico, ya que dentro de esa forma de mariconeo el abanico es muy amplio y las maricas graciosas, chismosas pero con un corazón generoso también tienen cabida. Son como las putas de barrio de antes. Mujeres de mala vida pero grandes señoras en realidad, en todas las acepciones.
El «bitchy», sin embargo es cóctel que golpea dos veces. En el estómago y más abajo aún, donde los duendes del amor se columpian. Es el marica culto, o que desearía serlo y desde luego hace exhibición de ello. Te lo encuentras en el teatro o discutiendo en la mesa que toque, elevando su tono agudo de voz, trazando en el aire entrecortadas siluetas a base de remanejos para tortura de sus muñecas… y de sus contertulios, que quisieran serlo si tuviesen oportunidad de abrir la boca.
Este personaje pretende vestir impecable pero casi nunca lo consigue, porque hasta lo mejor le queda de pena. Y es que hay manos tan mal hechas que ni un simple guante les hacen justicia. Y un buen diseño tiene que caer con gracia. En todo caso, jamás se te ocurra echárselo en cara, aunque él no dudará ni un momento en criticar ese zapato o aquella altura de corbata si le place, y le placerá. Está acostumbrado a que sus opiniones no se discutan, porque es culto, porque de todo sabe, porque es gay.
A este tipo lo primero que se le debe achacar es que es vulgar porque hay demasiados como él para empezar, aunque cada uno de ellos se considera único, radiante, estupendo. Sucesores a sabiendas o no del zorroloco de Truman Capote, estos hijos bastardos del al menos aquel sí culto Louisiano aunque no tan radiante, a mi parecer de otro que también lo fue y más grande aún, Oscar Wilde, que también pecó de bitchy a conciencia aunque usando como arma una brillantísima oratoria bordada de inteligente ironía, han encontrado su espacio de recreo y exhibición chirriante en una sociedad que confunde sofisticación con memez, foros con gallineros, tertulias con patios de vecinos, clase con derroche de efectismos ridículos.
Sacerdotes del aburrido arte del jugueteo perverso y de la mala baba como válvula de escape de su solitario deambular doméstico, en esta sociedad de la corrección política a toda costa, nadie osa poner puntos finales a sus insoportables bufoneos egocéntricos, por no ser tachados de homófobos como mínimo. Qué suerte la nuestra, sin embargo, de ser gays y poder robar el protagonismo y la razón cuando eventualmente cuadre y se presente la ocasión, y frente al barroquismo gramático de estos Viscontis de pacotilla, poder soltarles en la cara un: «Cierra el pico, coño» que les haga atragantarse solitos con su discurso de melaza.
En ese momento no querrán reconocer la derrota. Jamás tuvieron estilo para hacerlo y si lo tuvieron quedó embarrado en algún lugar entre halago torpe y halago, pero esa noche, tras la cena que gozaron, cómo no, de gorra, en su casa mientras se espolvorean el escocido pliegue del culo con polvos talco antes de meterse en su fría cama de amantes ausentes, reconocerán con los labios fruncidos de despecho y rabia que una camiseta y unos vaqueros a secas, acabaron, con una frase llana, poniéndole freno a todos sus florales complementos de Donnatella Versace. Y tras apagar sus lamparillas Tiffany de imitación, mientras intentan conciliar el sueño, les joderán de colchas para dentro reconocer que va ser cierto que al menos en ocasiones, la espada, cuando es certera, tiene más poder que la pluma, cuando esta es puro recreo de sí misma.
Aunque has dado una imagen de alguien bastante inaguantable, en el fondo dan pena, porque a no se que encuentren un bobo deslumbrado, deben estar mas solos que la una.
Realmente leerte es un placer!
Sonia, sí que dan pena. Son pegajosos y coñazo y merecen más de un pescozón por mucho que sean en el fondo pobre gente. Con algo de suerte, actitudes como las que expongo les hacen mejorar un poquito!
Gracias Arkarian. Es un placer escribir para gente como tú. Sólo espero que el mensaje de dentro (sea cual sea el que toque!), sirva de algo 😉 Un besote.