Si este jueves has asistido a la misa que el cardenal arzobispo de Valencia, Antonio Cañizares, ha ofrecido en el Instituto Juan Pablo II de Valencia, habrás asistido a una muestra más de la homofobia de la iglesia católica.
Cañizares se ha mostrado preocupado porque, en los últimos años en España hay «una escalada contra la familia por parte de dirigentes políticos, ayudados por otros poderes como el imperio gay y ciertas ideologías feministas».
Y claro, todo esto es un drama, porque ya os podéis imaginar que el arzobispo ha defendido la familia cristiana frente al resto. Y por culpa del «imperio gay» y demás males de esta sociedad, «España ocupa uno de los últimos lugares de Europa en política familiar. Junto con Grecia es el país con más bajo índice de natalidad y donde se ha incrementado e número de abortos, rupturas matrimoniales y uniones de hecho».
¿Y qué podemos hacer contra el imperio gay? ¡Pues no quedarse parados! En sus palabras… «no se puede permanecer inerte en absoluto» y hay que trabajar «por la familia, ya que es ahí donde está el futuro del hombre y de la humanidad».
Hombre por Dios, no te pienses tu, miembro del Imperio Gay, que tú tienes derecho a nombrar familia a esas personas que te rodean.
Habló el cardenal más gay y menos masculino de Europa. Menudo hipócrita el cardenal Cañizares, ese que le gusta vestirse como trajes con largas colas.
¿Qué familia? ¿la que ha formado él? ¿la de los valores y la educación rígida? porque créame señor Cañizares, esa familia que tan bonita es sobre el papel, tan pura y tan feliz, en la realidad no es más que MIERDA. Marido y mujer que ya no se quieren, hijos en un estado contínuo de ansiedad, peleas entre hermanos cuando se mueren los abuelos, y un largo etcétera. Lo que pasa es que esas familias, de cara a la galería, de cara a la misa del domingo, son todo sonrisas y galletitas.
Esa familia podrá tener una defensa antropológica, como me han enseñado en tantas clases de religión, pero tiene un puto problema: no funciona.