Emotivo discurso de Étienne Cardiles, viudo del policía asesinado en los atentados de Paris, Xavier Jugelé.
Ayer martes 25 de Abril, se rendía homenaje en Paris a Xavier Jugelé, el policía asesinado en el último atentado de Paris. El atentado del día 20 de Abril en los Campos Elíseos de la capital francesa, que acabo con la vida de este policía gay.
Su marido, pareja, cónyuge, Étienne Cardiles, en definitiva viudo del policía asesinado, pronunció un emocionantísimo discurso durante dicho homenaje.
El atentado se produjo días antes de la primera vuelta de las elecciones francesas a la presidencia, en las que han salido vencedores Emmanuel Macron (liberal) y Marine Le Pen (extrema derecha).
Xavier Jugelé era un policía de 37 años defensor de los derechos de la comunidad LGBT. Participó con la asociación de policías LGBT – FLAG – de la que era miembro en diversas protestas.
Según el discurso de Étienne – viudo del policía asesinado-, Xavier estaba contento de poder defender los símbolos y la cultura de Francia en un lugar tan especial como los Campos Elíseos. Además, estaba muy emocionado del próximo viaje «lejano» que iban a realizar con su pareja. Pero esa noche Xavier no volvió a casa.
Os dejamos la transcripción del emocionante discurso, así como el video -en francés-.
Transcrición del discurso del viudo del policía asesinado en el último atentado de Paris
«Xavier, el jueves por la mañana como de costumbre, me fui a trabajar y tú aún dormías. Durante el día nos estuvimos intercambiando mensajes sobre nuestro plan de vacaciones, un viaje a un país tan lejano que como me habías dicho que estabas impaciente de ir, porque nunca habías ido tan lejos. Los detalles de los visados y nuestras preocupaciones por encontrar alojamiento llenaban nuestros mensajes de un frenesí feliz, porque ya teníamos los billetes de avión desde el martes.
Empezaste tu servicio a las catorce horas, con ese uniforme que cuidabas tanto porque tu aspecto para mantener el orden debía ser irreprochable. Tus compañeros y tú habíais recibido la misión de uniros a la comisaría del octavo «arrondissement», donde debíais, como tantas veces, asegurar la seguridad pública en la bella avenida de los Campos Elíseos. Te habían asignado como punto fijo el 102 de la avenida, frente al Instituto Cultural de Turquía. Este tipo de misiones -lo sé – te gustaban. Porque eran los Campos, la imagen de Francia, era también la cultura lo que protegías.
Este tipo de misiones -lo sé – te gustaban. Porque eran los Campos, la imagen de Francia, era también la cultura lo que protegías.
En ese instante, en ese lugar, sucedió lo peor, para ti y tus compañeros. Uno de esos sucesos que todos temen y que todos esperan que no llegue jamás. Te llevó en el momento, y agradezco tu buena estrella. Tus compañeros han sido heridos, uno de ellos gravemente. Se van curando poco a poco. Y nos alivia. Todos están en shock.
He vuelto a casa por la tarde, sin ti. Con un dolor extremo y profundo, que puede que se calme algún día, lo ignoro. Ese dolor me ha hecho sentir más cerca que nunca de tus compañeros que sufren, como tú en silencio, como y, en silencio. Y en lo que a mí respecta, yo sufro sin odio. Le tomo prestada esa fórmula a Antoine Leiris, su inmensa sabiduría frente al dolor me admiró tanto que leí y releí sus frases hace unos meses. Es una lección de vida que me hizo crecer tanto, que me protege hoy.
Ese dolor me ha hecho sentir más cerca que nunca de tus compañeros que sufren, como tú en silencio, como y, en silencio. Y en lo que a mí respecta, yo sufro sin odio.
A medida que aparecieron los primeros mensajes que informaban a los parisinos de que un suceso grave estaba ocurriendo en los Campos Elíseos y que un policía había muerto, una vocecilla me dijo que eras tú, y me recordó esa fórmula generosa y curadora: «No tendréis mi odio». Ese odio, Xavier, no lo tengo porque no se parece a ti, porque no se corresponde en absoluto con lo que hacía latir tu corazón, ni con lo que hacía de ti un gerdarme y un guardián de la paz.
Porque el interés general, el servicio al prójimo y la protección de todos, eran parte de tu educación y de tus convicciones. Y la tolerancia y el diálogo eran tus mejores armas. Porque detrás del policía estaba el hombre, ya que solo nos convertimos en policías por elección. La elección de ayudar a los demás, de proteger a la sociedad y de luchar contra las injusticias. Esa misión noble, que la Policía y la GEndarmería aseguran y que a menudo se entiende mal.
Yo, como ciudadano, antes incluso de conocerte, ya la admiraba. Esa profesión de policía es la única a la que la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano alude. En su artículo 12, señala esta evidencia: «La garantía de los Derechos del Hombre y del Ciudadano necesita una fuerza pública», con una precisión que es útil en este momento políticamente importante: «Esta fuerza se constituye para el beneficio de todos, y no para la utilización particular de aquellos a los que les ha sido confiada». Es la visión que ambos compartíamos de esta profesión, pero es solamente un lado del hombre que eras.
La otra faceta del hombre era un mundo de cultura y de alegría, donde el cine y la música ocupaban un lugar inmenso. Cinco sesiones de cine en un día magnífico de sol en agosto no te daban miedo. Y siempre en versión original para el purista que tú eras con esa lengua, el inglés, que querías hablar a la perfección. Tú encadenabas los conciertos, siguiendo a veces a los artistas en una gira completa. Céline Dion era tu estrella, Zazie, Madonna, Britney Spears y tantos otros hacían vibrar nuestras ventanas. El teatro te transportaba y lo vivías plenamente. Ninguna experiencia cultural te echaba atrás. Hasta la peor de la películas la veías el día del estreno, hasta el final, independientemente de su calidad. Una vida de alegría y de inmensas sonrisas, en la que el amor y la tolerancia reinaban como dueñas incontestables. Esa vida de estrella tú la abandonas como una estrella.
Una vida de alegría y de inmensas sonrisas, en la que el amor y la tolerancia reinaban como dueñas incontestables. Esa vida de estrella tú la abandonas como una estrella.
Quiero decir a tus compañeros que me siento muy cerca de ellos. Quiero decir a tus jefes policiales, que he visto la sinceridad en sus ojos y la humanidad en sus gestos. Quiero decir a todos los que luchan por evitar que esto ocurra, que conozco su culpabilidad y su sensación de fracaso, y que deben continuar luchando por la paz. Quiero decir a todos los que nos han trasladado su afecto, a sus padres y a mí, que lo agradecemos profundamente. Quiero decir a tu familia que estamos unidos. Y a todos los más cercanos, a los que se han preocupado tanto por mí, que se han preocupado tanto por nosotros, que son magníficamente dignos de ti.
A ti te quiero decir que estarás en mi corazón para siempre. Te quiero. Sigamos siendo dignos y prestemos atención a la paz. Y guardemos la paz.»
Pues yo sí siento odio, por esos asesinos y por todos los intolerantes, en especial los religiosos. Hay que responderles con odio y con violencia que son lo único que entienden. Soy gay y soy anti musulmán. Basta de idioteces. Hay que arrinconarlos y matarlos de hambre en el rincón más inhóspito del planeta.
Ese comentario deja patente que el marido del policía asesinado es mucho mejor ser humano que tú. No hemos aprendido nada.
+ 10
Soy gay y también profundamente anti-musulmán. Como no podemos ser de otra forma. Pues hasta el musulmán más ‘moderado’ que puedas encontrar es profundamente homófobo. Estamos en bandos opuestos. Esto es el mundo real, no Narnia.
El que crea que los musulmanes a corto y a medio plazo van a dejar de considerar a gente como los homosexuales como una aberración es que no sabe en que mundo vive.
Pedro, si te crees que tú (o alguien de occidente) va a convencer a 1.500 millones de musulmanes de que su retrógrada secta no aporta nada a la humanidad y que deben cambiar de chip, vas muy equivocado. La prueba es que cada vez están más y más radicalizados y cada ves más zonas están bajo su control.
Esto es solo el principio.
Me da mucho miedo el mundo del mañana. Mucho.