Hace apenas dos días coincidí sin pretenderlo con un antiguo amante. Hacía años que no nos veíamos, y la última noticia que tuve de él fue que tenía idea de adoptar un niño. Necesitaba ansiosamente ser papá. Por eso me alegró doblemente verle enseñándole a su precioso hijo mestizo cómo sacar fotos con su pequeña cámara digital.
Recuerdo a Alex siempre con una enorme sonrisa en los labios. Increíble amante, dulce amigo, triunfador en el difícil arte de la abogacía y genial anfitrión, es de aquellos con los que a punto estuvo de suceder algo mucho más serio. Su incontrolable tendencia a la promiscuidad enloquecida hizo que pasase de echarlo de menos a echarlo de más, sin embargo, verlo junto a su pequeño, más estable que nunca, y escuchar de sus propios labios que ser papá lo había cambiado, me emocionó sinceramente.
Alex es un ejemplo más de aquellos con los que mantuve grandes o pequeños romances, o amistad y polvos, o amor a medias, porque uno quiso y el otro no se atrevió, o de dos velocidades porque uno tiraba más de lo que otro podía o sabía entonces ceder, o porque uno de los dos no amó más allá del aroma y el sabor de nuestras pieles y nuestros besos. Es uno de esos inolvidables amantes a los que jamás podré odiar, con los que de vez en cuando me veo, con los que ocasionalmente me escribo para asegurarme de que siguen avanzando, de que conocieron por fin el amor verdadero, de que su sóla existencia sigue siendo una fiesta para todos los suyos. [Leer más…] acerca deInolvidables amantes