Jamás mientras viva olvidaré la noche antes de que te fueras de viaje, Dan. De postre, me sentaste en tus rodillas, en la terraza, de cara a una Bahía perfecta. Como tantas veces que supimos que hablar sin más no tenía mayor sentido, nos maravillamos en silencio del equilibrio entre la Ciudad, Angel Island a nuestra izquierda, y el Golden Gate, de luces intermitentes, a la derecha. ‘Pídeme lo que más quieras ahora mismo‘, me dijiste. ‘Quiero oirte cantar’, contesté, y acercando tus labios a mi oído me susurraste entera ‘Always on My Mind‘ mientras acariciabas con ternura mi tripa.
Al siguiente día, me esperabas al lado de la cabecera de la cama, impecable de camiseta blanca y chaqueta gris de pana. Al abrir los ojos, me acurrucaste con un beso sosteniéndome la cara. Sin vestirme aún, tú ibas escaso de tiempo, nos despedimos en la puerta, con un abrazo de aquellos que éramos incapaces de acabar, y corriendo al taxi escuché por última vez tu preciosa voz diciendo: ‘Estaré contigo cada día‘. Te seguí dentro del coche con la mirada. De ningun modo pude haber imaginado entonces, vida mía, que no volvería a vivir esos besos ni escuchar esa voz ni morir de ternura con esa preciosa cara nunca más.
Cuatro días más tarde, Dan, dos horas con retraso de tu habitual horario de llamada, sonó una voz que no era la tuya. Garrett, con la voz ahogada me pidió primero que me sentase, ‘Dan – me dijo – ha muerto esta mañana en accidente de avioneta’. [Leer más…] acerca deEl amor brujo