Me miro poquito al espejo. Confieso que durante una época, allá por el tránsito a la treintena, me miraba las incipientes patas de gallo con insistencia, preguntándome en qué momento y de qué modo, aquel microsurco había pasado a ser de mueca de sonrisa a pliegue permanente. Sin embargo la presunción jamás me tuvo de su lado y donde unos vieron y otros siguen viendo un manantial de morbo que para mí nunca dejó de ser un rostro agradable a la mirada distraída, yo cada vez veo al de siempre, envejeciendo, eso sí, menos de lo que gente de mi edad o más joven acostumbra, algo que, reconozco, ha resultado serme favorable en el amor, aunque fuera el de polvo y mitad.
Por eso mismo me sorprendí el otro día, cuando repasándome con tijeras la selvilla de la entrepierna, miré hasta tres veces para confirmar algo inaudito hasta entonces. De entre el bosque ensortijado de las paredes del escroto, curiosa o atrevida, asomaba una cana. [Leer más…] acerca deEl Huevo y la Cana