El otro día dos compañeros de trabajo, supermadridistas ellos, estaban muy ofendidos porque el derbi de la Copa del Rey se adaptaba las fechas de Eurovisión. No entendían que un evento musical a nivel europeo tuviera más peso que un partido de fútbol.
Por supuesto, mis compañeros de trabajo atacaron al festival de Eurovisión con las clásicas puñaladas de la calidad musical. Rápidamente saqué a la luz el Melodifestivalen, que es algo así como el paraíso del pop. No habían oído hablar de tan magno evento.
Mis adorados Le Kid con ‘Oh, My God’ o la insípida de Agnes con su ‘Love Love Love’ son dos claros ejemplos de la calidad que suele haber en el Melodifestivalen. Y ninguno de estos dos temas llegó a la final en sus respectivos años.
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