Acabo de ver la película Una casa en el fín del mundo y todavía tengo un lío considerable. En ella se hace especialmente hincapié en los problemas de identidad sexual de los personajes y de pasada el tema del SIDA. No me ha gustado demasiado porque durante toda la película la confusión te invade y no te hace disfrutar de la película… La relación entre los dos amigos (luego hermanastros) es ambigüa y más tarde la aparición de una tercera persona hace que la confusión aumente al formar definitivamente una relación a tres.
Este largometraje es una adaptación de una de las novelas de Cunningham, donde vuelve a tratar estos dos temas, aunque con una visión algo particular.
SINOPSIS: El filme nos cuenta la extraña relación que surge entre Bobby (Colin Farell) , un adolescente que ha perdido a todos sus seres queridos, y Jonathan (Dallas Roberts), único vástago de la familia que acoge al joven huérfano. Ambos comenzarán una relación donde la amistad y el amor se confunden. Sin embargo, y tras ser sorprendidos por la madre de Jonathan (Sissy Spacek) en actitud más que cariñosa, los dos jóvenes decidirán separarse durante un tiempo. Años después, y ya en la veintena, Bobby se marchará a vivir con su hermanastro a Nueva York.. Allí se enamorará de Claire (Robin Wright Penn) , una mujer de cuarenta años que comparte piso con Jonathan, y, a la vez, descubrirá que su antiguo amor de adolescencia ha elegido una vida abiertamente gay.
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