Cuando la ESO aún no se llamaba ESO, había un compañero de clase que sabía más de ‘eso’ que cualquier ratón colorado. Me pregunté más de una vez dónde había aprendido y con quién, porque a sus 11 años (uno más de los que tenía yo entonces), sabía tanto de sexo como supe yo ocho años más tarde. Aquella desvergonzada sabiduría y su background mestizo (se llamaba Alí por su padre, que era árabe de segunda generación), lo convirtieron en el protagonista más socorrido de las fantasías que ilustraron mis dulces pajas de pubertad. Alí fue además la primera boca que me enseñó que una mamada valía una parcela de Cielo, y que si te frotabas con piel de plátano los sobacos y los ‘bajos fondos’ te salían pelos antes, y que si hacías cuclillas con algún tipo de peso encima, se te ponía un culo extraordinariamente apetitoso. Alí fue mi introducción lúbrica al sexo y mi primer icono erótico.
Lo de culo apetitoso no lo pillé del todo entonces, pero el me decía que le gustaba que le diesen por detrás. Por no llevar espejo encima, ni idea de si se me ponían los ojos como globos, pero recuerdo perfectamente que bajo mis pantalones, la globalización era una constante ante aquel incontenible torrente verbal de sabiduría pornográfica. Como sea, así como con él descubrí la maravilla de follar una boca, también aprendí que una parte del Mundo ansiaba también recibir visitas en el cuarto trastero.
Años más tarde, y tras haber sido bienvenido en numerosísimas ocasiones, con mucha ‘pompa’ y escaso boato, conocí a alguien que me dió otra lección sobre la incombustible hambre de muchos culos, cuando un señor con labios de Kelly Slater, pómulos de James Marsden y piel del color de la carne de membrillo, se elevó de culo frente a mi cara y me preguntó si me gustaba hacer ‘fist fucking.’ [Leer más…] acerca deEl Tormento y el Éxtasis