Ir a Chueca me provoca una especie de Síndrome de King Kong. Y es que yo soy muy animal de costumbres, muy de mis espacios. Casi casi como los perros, que soy muy de ir por dónde ya he meado. Sin ánimo a watersportear a estas horas, no se me malinterprete.
Así pues, cada vez que salgo de mi hábitat natural, de mi entorno, de los sitios donde he meado, pues me descoloco. Y acabo un poco como King Kong. Imagina. El clásico de pueblo, al que la capital le parece todo luces y ruidos ensordecedores y, afortunadamente, con escasos conocimientos en depilación masculina. Y así te enfrentas, como puedes a Chueca. Mítico barrio de Chueca.
Chueca es esa gran capital dentro de la capital. Ese microcosmos, ese minizoo, ese carnaval 24/7. Esas calles llenas de maricones y de lesbolleras. Todos con sus ritmos de vida, con sus iPods, sus últimas tendencias, su NEO2 debajo del brazo y su tarjeta de metro. Y uno llega allí, como un King Kong. Todo te sorprende, todo te parece nuevo, no sabes muy bien como moverte, como acertar. De hecho, el truco para saber que uno no es de Chueca es porque acaba cogiendo todos los flyers que le dan. Uno de la capital jamás lo haría.
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