Su partida ha sido la crónica de una muerte anunciada, pero no quisimos creerlo. Cada desmentido de su enfermedad, aunque tapadera para espantar a paparazzis carroñeros de su relajado hogar en Westport, Connecticut, suponía una esperanza, falsa, por supuesto, para evitar creernos que nos guste o no, nadie es inmortal, en el sentido más ‘tangible’ de la palabra. Y es terrible, porque hay gente que debería tener derecho a vivir al menos mil años, y aún así, tras su marcha, dejarían un desolador hueco, sordo, cruel, para el que no existe ningún tipo de recambio.
Paul Newman ha muerto, y con él se han ido un padre, un esposo, un director, un actor, un hombre de negocios, un filántropo, uno de los nuestros o no, pero sin duda un icono gay, de cuando eso no era pan de cada día. Ya he cerrado la justificación para enviarle una entrada, in memoriam.
Newman fue de esos tipos, porque no era tan pretencioso como para andar por encima de esa categoría, que mucho antes que el nuevo ejército de salvación ecologista, encabezado por Bonos, Clooneys, Pitts y DiCaprios, abanderados de lo verde con un exceso de exhibicionismo de su presunto virtuosismo, a doble página a color en el Vanity Fair, usó su nombre para empujar conciencias hacia la solidaridad efectiva, física, palpable. Todo un ejemplo. [Leer más…] acerca deToo fast, Fast Felson