A mí, ante la masturbación, nunca me cupo la menor duda. Cuando tenía ganas me la cascaba.
Cuando digo «…aba», no quiero decir que es una práctica que haya dejado en desuso ni mucho menos, aunque el apremio de entonces no es el de ahora. Así que ante la eventual necesidad de un masaje a cinco, sigo teniendo las mismas dudas que entonces. O sea, ninguna.
Puede parecer una tontería, pero lo cierto es que sigue habiendo quien se censura a la hora de masturbarse. Antes era más por lo que los curas contaban. Yo por ejemplo me gocé diez años entre sotanas. Y aunque no me tocó vivir ese universo oscuro que se nos mostró en «La mala educación», no os quepa duda que todo aquello que tuviera que ver con tocarse el rabo (o en su defecto, imagino, porque yo estaba en un colegio sólo de chicos, el «pepe») te llevaba de cabeza al Infierno, friéndote antes, eso sí, los sesos, o licuándotelos, que de todos los peores efectos secundarios se hablaba.