Madres forzosas es la secuela de Padres Forzosos que se estrenó el pasado viernes en Netflix. Tras leer la crítica (bastante dura) de mi adorado Fuertecito no ve la tele tuve mis segundos de duda: verla o no verla. Mi nostalgia noventera fue más fuerte y decidí arriesgar.
«Fuller House» (nombre original de «Madres forzosas») es exactamente lo que esperas que va a ser. Es una serie familiar blanquísima, de humor simplón, guiones con toque moralista, donde la familia y el amor vencen todos los problemas. Vamos, que es la misma serie de los 90, pero en 2016.
Madres Forzosas
El concepto de la serie es un calco de la original: D.J. se queda viuda con 3 hijos, así que su hermana Stephanie y su mejor amiga Kimmy Gibbler se mudan con ella a la casa que las vio crecer para ayudarla en la ardua tarea de llevar una familia. Todo esto repleto de autohomenajes, metabromas y referencias a la serie original. La serie no aporta nada nuevo. No es rompedora, no tiene cliffhangers, no tiene denuncia social… vamos, igual que la serie origianl. Mujeres blancas, rubias, que trabajan poco pero ganan mucho, que viven felices y contentas en un barrio blanco (no aparece ni un sólo personaje secundario negro en los 13 capítulos).
Sí que han dado lugar a 3 escenas más rosas: 2 algo más bollo y una más marica. La primera escena bollo se produce cuando Kimmy y D.J. se marcan el baile de Dirty Dancing ante la atenta mirada de Macy Gray (oh, una señora negra!) que las denomina pareja lésbica. También, en ese mismo baile, un pareja de bailarines, sacados de «Dancing with the Stars», bailan pechito con pechito.
En la recta final, los dos pedazo de pretendientes de D.J. se dan un beso (clásica escena de confusión en la que D.J. se aparta y ellos se besan). Aunque lejos de montar un drama, ambos bromean acerca de lo bien que besa el otro (aunque Matt afirma no haberse esforzado mucho). Matt, interpretado por John Brotherton, está bastante bueno y dan ganas de que la serie continúe, a ver si se quita la camiseta en algún capítulo de piscina.
El otro momento lésbico es un apasionado beso entre Kimmy y Stephanie, cuando Fernando, el casi-ex-marido de la Gibbler está intentando recuperarla. Fernando se merece mención especial. Un papel que intenta ser la versión masculina de lo que borda Sofia Vergara en «Modern Family» pero con poco resultado. Eso sí, los pezones del actor están casi a la altura de los de Jennifer aniston en Friends. Y sus gestos excesivos y su pasado como peluquero te hacen dudar de su sexualidad en varios episodios.
Y hablando de pluma, hay que nombrar a Max, el hijo mediano, que intenta ser tan repollo que se acaba convirtiendo en una especie de Fidel, de «Aída», versión Fuller.La verdad es que una trama en la que el pequeño sufriese acoso escolar por gay, hubiera sido algo acertado, actual y hasta rompedor. Pero, como decía, la serie mantiene los valores moralistas de su predecesora, así que temas sexuales se tocan poco.
Como último añadido, destacan las 3 referencias que se hacen a la no aparición de Mary-Kate y Ashley Olsen. Las gemelas son mecionadas (con ruptura de cuarta pared) en el primer capítulo. Más adelante, Kimmy habla de lo cara que es la ropa de las Olsen y que ve normal que no quieran volverse a dedicar a la interpretación. En el capítulo final, la manada de lobas le dejan un mensaje en el contestador con la catch-phrases más famosas de la pequeña Michelle.
Resumiendo, «Madres forzosas» es una de esas series que siguen haciendo falta. Series de 30 minutos, vacías, con humor previsible, pero que no te hacen pensar. Ideales para un finde de desconexión o una resaca en la que tus neuronas no de mucho de sí.
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