Cada vez más, conozco a gays que tienen cada vez menos sexo. Y no dejan de tenerlo porque se les haga más difícil, sino porque lo han determinado así. A muchos esto les parecerá muy marciano. Reconozco que en cierto modo a mí me lo parece también, sobre todo cuando son tipos muy atractivos y muy jóvenes los que me lo confiesan, ocasionalmente algún antiguo amante que prefirió cubrirse él solito bajo sus sábanas, sin más pringue que el suyo propio cuando el hambre por desahogarse vino pegando fuerte.
Cuando me lo han soltado de sopetón un par de auténticos seductores zalameros, me he quedado con un palmo de narices, porque han sido como transformaciones radicales prácticamente de la noche al día. Es como si después del polvo con el enésimo semidesconocido, se hubiesen dado una ducha sacudida por un insospechado pensamiento que les hubiese hecho concluir: «¿Hacia dónde estoy yendo?«
Una vez superas la noticia de la sorprendente declaración de aquel incorregible donjuan, vienen las exposiciones, ruegos y preguntas, que te hacen entender que aunque la decisión puede ser muy radical, sin embargo ha sido meditada, respetable y digna de ser tenida en cuenta.
Las razones navegan entre la decepción, el hartazgo y el miedo a las infecciones básicamente, pero también ante la pregunta ¿es este el sino con el que debo cargar para el resto de mi vida, por ser gay y haber nacido en un tiempo en que, moviéndome entre el oscurantismo del rechazo y los inicios de una integración plena, me quedé en esa tierra de querer estabilidad mientras sigo en el hábito de follar a discreción?. Preguntan y me pregunto.
Sé de uno que acabó refugiándose en el Océano, literalmente, en sus horas libres, adoptando al Mar como un perfecto amante, mecedor, juguetón, brioso, fiel, perdurable, tras haber sufrido la decepción consecutiva de todos y cada uno de los que pretendieron ser la consecución de sus más románticos sueños. A eso se le unió el hartazgo del sexo por el sexo sin más ambición, sin encadenar con nada para formar un ciclo de progreso. Se cargó de decepciones, pero se cansó también de follar, o al menos de follar por follar.
A otro le entró lógico pánico escénico, más aún viviendo aquí, en San Francisco, que parece ser cuna y sede de todo bicho perretoso o letal asociado con el sexo, entre hombres o entre lo que sea. En una ciudad relativamente pequeña, donde un porcentaje importante de población gay ha hecho de la promiscuidad un hábito social casi respetable a voces, el miedo está presente con frecuencia en el encuentro jugoso con desconocidos o en el reencuentro con amantes pasados que nunca ocultaron ser amante de más de uno.
Lo malo de este celibato, cada vez más común, no es tanto el que afecta a cada individuo puntualmente, creo yo, en la medida en que cada cual decide que recurrirá mejor a cybercerdeo y pajas, sino que el hábito temporal se puede convertir en clausura permanente a toda forma de afecto, por miedo a volver a engancharse a la primera copa de licor de guayabo. La ausencia total de una relación que no vaya más allá del café y la camaradería intermitente debida a un aislamiento que a mí me parece insoportable.
Diría yo que andar por tierra media es lo más conveniente. Por un lado, la promiscuidad acaba siendo, o uno lo ve así con el tiempo, una forma directa de desamor, aunque se intercalen gestos mimosos entre lametón y cornada de quince centímetros (que es la medida regular, dicen), pero ir apagando los excesos no puede equivaler, por mucho que la «cultura» gay se empeñe con frecuencia en confundir higos con brevas, a renunciar a entregar tus alegrías y tus lágrimas a quien también ansía hacerlo contigo.
Curiosamente yo no he sido un adicto a la caza… y también pienso así. El sexo por el sexo, es divertido, pero como cualquiero cosa repetitiva, acaba cansando (me imagino yo), porque lo que en realidad buscamos no es sólo eso, un buen polvo.
Habrá días que sí, pero somos personas (ni gay ni hetero ni pincho moruno), y lo que buscamos es alguien que nos llene, y a quien llenar (en todos los sentidos jijiji).
En cuanto a las decepciones, saquemos la colección, a ver quién gana… yo la mía la estoy empezando, y ya tengo una con su brochecito de oro y todo! jajaja!
Es muy interesante este tema. Creo que se avecina una segunda revolución sexual consistente precisamente en devolver el sexo a su lugar. Está muy bien, es divertido y todo el mundo tiene derecho a practicarlo cómo y con quien quiera siempre que medie el acuerdo.
Pero actualmente da la impresión de ser casi una obligación. Los críos «vírgenes» a los 15 están estresados por ello y quien no echa un kiki al día es poco menos que calificado de impotente o de frígida, generando casi los mismos niveles de ansiedad y preocupaciones que cuando era pecado.
Endiosar algo es el error…
Vamos, gente!.. La esperanza es lo último que se pierde… ¬¬… Mírenlo de esta forma: el ‘NO’, lo tienen asegurado, se arriesguen o no… ¡¡VALLAN EN BUSCA DEL ‘SI’!!…
Mucha gente estará allí cuando mas la necesiten, cuando sientan que tienen la peor desdicha de este mundo, y cuando quieran tirarse a un pozo para nunca mas salir… Pero ojo!… esta gente los va a ayudar siempre que sea necesario… Pero NUNCA bajen los brazos, pues.. si lo hacen, NADIE los levantará por uds.
En resumen… Si si, todo el mundo tiene tropiezos… Algunos mas estrepitosos que otros, pero lo que vale, es la intención… el que hayan probado al menos! No dejen de intentar algo ‘POR LAS DUDAS’… Por si las moscas.. por temor a que salga mal… Entréguense, y sepan que, si no funcionó, no fue por no haber tenido las pelotas suficientemente BIEN PUESTAS como para afrontarlo! ^^
En mi caso ha sido una decepción amorosa lo que me ha cambiado, de ser un niñato enamoradizo a tener una capacidad increible para la indeferencia.
Después de la tormenta vino la calma, y con ella la liberación sexual: en dos años acumulé más experiencias que en el resto de mi vida. Algunos fueron polvos sin más, con otros comparto una cierta camaderería (cuyos límites implícitos se encuentran en la palabra compromiso) y, por qué no, cariño y sexo.
Pero aún así tengo la sensación de que todo eso no lleva a nada y, muchas veces, entre tener jugar una vez más a las reglas del cortejo para olvidar otro nombre al día siguiente e irme a la cama y hacerme una buena paja, prefiero la cita con mi mano derecha.
Casualidad o una fase, no lo sé.
Suena triste.
Habéis citado por ahí arriba algo muy interesante: Estamos poniendo al sexo en su sitio. Diría yo que los casos que cito son zombies en el campo de batalla, porque una cosa es renunciar a la promiscuidad, que desde mi punto de vista es razonablemente sano, y otra, sencillamente, renunciar al amor, físico o de la clase que sea, por haber pasado de un extremo al otro.