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Ámale la espalda (1)

12/05/2008 por Dan

espaldaNunca es mal momento para un buen masaje, que es algo que no se practica tanto en la pareja. Quizás porque se nos hace cansino andar amasando el músculo de nuestro amado, espontaneo o recurrente, no sea que, además, se nos vaya a quedar frito y nosotros agotados sin más recompensa que dejar planchadito al fiera, aunque ya es divino mérito lograr adormilar con nuestra mera caricia, todo sea dicho de paso.

Y es lo que tiene tradicionalmente dar masajes, que uno lo disfruta más que el otro. No acaba de ser participativo, aunque una parte no valga si no va acompañada de la otra. Y por eso, en muchas ocasiones, el masaje es muy breve, o está dado de cualquier manera o llanamente no se dá.

Hace un tiempo, sin embargo, alguien me enseñó una técnica que sin romper reglas, me hizo caer en la cuenta que el placer de quien lo da no debe residir sólo en sus manos, necesariamente, y el que lo recibe no sólo no se limita a ser sujeto «receptor», sino que en menos de diez minutos puede pasar a ser el menos pasivo de los elementos sobre la cama. Yo os lo cuento, vosotros lo aplicáis y luego me decís cómo os fue, si os parece.

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Para empezar, y porque siempre conviene no pasar por alto ciertas cosas, dáos una ducha tibia. Es indiferente quién se la de primero, pero es conveniente que no lo hagan los dos a la vez, para no perder esa magia del primer contacto en la cama, o en la camilla, quien la tenga en casa.

Que haya mayor o menor ambientación es lo de menos. A los amantes de zarandajas teatrales, un par de velas prendidas con cera de canela o vainilla pueden ayudar a generar un clima más afrodisíaco, dicen, por la particular fusión de ambos aromas. Una luz relajada va a aportar cierta intimidad añadida, pero estos son ingredientes prescindibles si así lo preferís. De querer usar loción o aceite, os recomiendo aceite, siempre que su origen sea natural, sin alcohol ni otros aditamentos. Sólo aceite orgánico. Una vez duchados y secos, sin embargo, quien se haya prestado a ejercer de masajeado, se acostará en la cama dando la espalda, con los brazos hacia abajo, tocando el cuerpo. El masajista, también completamente desnudo, se sentará sobre el culo de su compañero, con las piernas flexionadas. Es conveniente que las palabras las dejemos para mejor momento. Ha llegado un tiempo de lenguaje distinto: El contacto desnudo tiene su propio ritmo y melodía que conecta más de lo que imaginamos. Vamos a no romper ese diálogo con palabras.

El cuello, los hombros, los trapecios, son zonas que soportan toda clase de agresiones energéticas. La tensión acumulada en ese área fundamental del cuerpo genera niveles de estrés en ocasiones mucho mayores de lo que creemos, dando lugar a molestias de espalda, mareos y dolores de cabeza. Debemos empezar en esa zona. El tipo de presión que ejerzamos no debe ser ni muy suave, ni muy invasiva, y debemos tener cuidado de no masajear con las puntas de los dedos, sino con las yemas, ejerciendo presión a la vez que hacemos pequeños giros. También utilizaremos para masajear la zona del «monte» que une el dedo pulgar con la muñeca, aquella que viene delimitada por la llamada Línea de la Vida, vaya. La razón por la que usaremos más estas áreas de la mano, es por ser las más esponjosas y sensibles. El tiempo que os recreéis en esta importantísima zona no debe ser ni mucho mayor ni claramente más breve que el que empleéis en cualquier otra área del cuerpo. Un masaje descompensado no es un buen masaje. Tampoco un buen masaje erótico, desde luego, y este empieza a serlo.

Sin levantar las manos completamente del cuerpo, o sin dejar al menos una sobre él, en un masaje ya ininterrumpido, en caso de que debamos aplicar más aceite en zonas bajas, vamos haciendo un recorrido por la columna, suave, dibujando con la parte interior de la muñeca, con una mano sobre otra, las vértebras que conforman la columna, del cuello al final de la espalda, donde esta se toma las copas con los gluteos, a los que aún no prestaremos toda la atención que, qué os creíais, merecen. Tras subir y bajar con suavidad cada una de las minicolinas que dibujan de arriba a abajo el delicado espinazo de nuestro amante, vamos a usar un elemento nuevo, nuestro antebrazo, que en toda su extensión, va a servir de enorme paleta con la que trazaremos amplios dibujos sin presionar demasiado, de la parte baja de la espalda hasta los hombros de nuevo, una y dos veces (Por razones que desconozco, a la gente le suele gustar mucho esto). Luego, de arriba a abajo, y desde la depresión del centro hasta los laterales, vamos a masajear a ambos lados, con mimo pero ejerciendo ligera presión, una y dos veces, esta vez con las manos, una vez más, trazando pequeños círculos.

Posteriormente vamos a centrarnos en un área que es sancta sanctorum y que definiré por su nombre más correcto y hermoso: el culo.

De abajo hacia arriba y a la vez desde dentro, o sea, desde las afueras de los labios del ano, comenzaremos un masaje en pequeños círculos, usando los dedos (y no hablo de masaje anal, sino desde afuera de los círculos del ano), para aplicar la mayor parte de la mano, como antes. En lugar de repetir este ejercicio dos veces, lo haremos hasta tres o cuatro, para luego masajear con todo lo largo del pulgar de abajo a arriba, de la unión de los gluteos con la parte posterior de los muslos hasta la de los primeros con la base de la espalda. Vuestro amante va a agradecer muchísimo el masajeo en esta zona, por ser mucho más relajante de lo que podáis creer.

Y de momento, nos despediremos del culo (y no sufráis, que volveremos más profundamente luego), para comenzar a centrarnos, una por una, en las piernas. Desde la unión con los gluteos hasta el cuenco que se forma en la parte posterior de la rodilla, haremos de arriba a abajo y de dentro hacia afuera un doble masaje, con nudillos primero, algo suave, en círculos, y de nuevo con la mano abierta, trazando círculos otra vez, una y dos veces. Con la unión de la mano y la muñeca, trazaremos círculos sobre dicho cuenco. Posteriormente repetiremos la misma operación desde ahí hasta el pie, haciendo gran hincapié en los gemelos.

Al llegar al pie, deberemos andarnos con ojo. No es tan frecuente dar un masaje de pies aplicando la presión precisa. A veces el exceso de presión hace que el a menudo recurrido «masajito» se haga interminable para quien lo recibe, aunque dé hasta apuro pedirle al masajeador que deje de hacerlo por el mimo que cree estar poniendo. El caso es que las extremidades que sufren más nuestras idas y venidas de aquí pará allá, están plagadas de terminaciones nerviosas extraordinariamente sensibles a cualquier tipo de estímulo anterior. Manejémoslos pues con sumo cuidado. Primero aplicando un masaje que venga del empeine hasta el talón pasando por los tobillos, para luego, con el puño, masajear el puente haciendo una presión suave mediante giros. Y finalizaremos esta primera parte del masaje tomando muy suavemente cada uno de los dedos, sin presionar lo más mínimo, dando muy ligeros estirones en cada uno de ellos.

Continúa en l Ámale la espalda (2)

Archivado en:Belleza, Erotismo, Vida sexual Etiquetado con:cuerpo, desnudo, erótico, masaje

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Comentarios

  1. sonia dice

    12/05/2008 en 21:10

    Aqui ya me he quedado de lo mas agustito, asi que ni me imagino como me voy a quedar con la segunda parte.

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