Una vez que acabaste de masajear sus pies, tu chico quedó rendido de gusto, agradecido por las mimosas manos, la piel suavizada por el ligeramente oloroso aceite de coco que le dejó una leve sensación de calor.
El dulce sopor que le mantiene tendido boca abajo en la cama le parece que es el mejor postre del mejor regalo que podía esperar hoy, pero lo que no sabe es que en realidad esto no ha sido más que la primera parte de una sesión más intensa que tomará a partir de ahora un cariz mucho más interesante, que le irá convirtiendo en un sujeto tan activo como él quiera, o como tú le dejes.
Una vez que has terminado de masajear con las manos, vamos a dejar que estas pasen a un segundo plano, ya que aunque no dejarás de usarlas, ahora será tu boca quien tome el rol protagonista. Sin haber dejado de tocar suavemente sus pies, céntrate ahora en sus dedos, uno por uno, envolviéndolos con los labios, humedeciéndolos muy despacio, deslizando tu lengua delicadamente entre cada uno de ellos, Recuerda, son la parte más frágil del pie. Trátalos como merecen. La mera sensación de hacer de tu boca un guante para cada pequeño dedo, hará casi inevitable que tu pareja ronronee.
Tras acabar sin prisas con ellos (que estés más o menos tiempo aquí dependerá de tu disfrute y del disfrute de tu compañero), continúa lamiendo el pie, sin pararte en exceso en el puente, por ser extremadamente propenso a las desagradables cosquillas, y dale también su ración de humedad al empeine. De ahí, pasa al talón, lamiéndolo a ambos lados y «atrapándolo» con tu boca, ¿hace falta decir que bajo ningún concepto deben intervenir los dientes? A partir de ahí, ve subiendo progresivamente por la pantorrilla, saborea sus gemelos, olvídate de los pelos, si los hay, ¡forman parte de la piel de tu chico!, y hazle disfrutar recreándote por un momento del cuenco que pliega su pierna. Bésalo del mismo modo que besarías su boca de seda. Chapotea en ellos. Le harás descubrir fabulosas nuevas sensaciones. Y sube luego por los muslos, lentamente, hasta llegar al pliegue con el culo, en ambas piernas.
La segunda parada más importante, después de los pies, es una de las zonas erógenas fundamentales del cuerpo. El trasero humano también es transmisor de comunicación íntima y no tan íntima en ocasiones cuando la camaradería se presta al palmoteo desenfadado. Llegados al culo, dedicadle pues toda la atención que deseéis. Una vez más, evitando el roce de los dientes, comenzad a lamerlo, a enjuagarlo, besarlo, con la boca abierta y usando como elemento de suspensión vuestros labios, disfrutad, y haced disfrutar, del hermoso volumen de los grandes músculos gemelos que se juntan en el glorioso pliegue. Recorredlos en toda la amplitud, en toda la medida que queráis, muy despacio, que precipitarse en el sexo es de lerdos, caray. Haced unos speedos de saliva mientras notáis como vuestro chico gime y mueve voluntaria ¡e involuntariamente! sus glúteos, pero NO permitáis de ninguna manera que se de la vuelta, porque no os quepa duda que querrá hacerlo. Y aprovechando que venís de una ducha tibia, suavemente, con las manos, descubrir el oscuro objeto del deseo para encontraros con el ojo delicado, pasivo o activo, que va a agradecer ser besado, lamido, untado del aceite de vuestra boca, gozad de él sin agresividad pero sin censuras. Qué pocas cosas en esta vida hay más brutalmente eróticas que este divino momento.
Una vez hayáis triunfado allá abajo, continuad por donde acaba la espalda, en el valle del centro, donde podéis tomar un break unos segundos para seguir luego hacia arriba, lamiendo y besando toda la espalda, en dirección al cuello. Mientras váis subiendo, vuestro cuerpo se irá adaptando al cuerpo del otro hasta dejar posar el pene sobre la raja del culo de vuestro chico. También aquí podéis proporcionar un leve masaje rotatorio, mientras llegados al cuello, y habiendo posado vuestros brazos sobre los suyos, acaricias sus manos sintiendo su respiración agitada, su lamento obsceno, su ansia por girar la cabeza y comerse tu boca. No le dejes.
Lame su cuello, saborea sus músculos, olfatea su aliento, siéntelo preso de todo ese amor genuinamente erótico que le estás regalando, lámele la oreja, juega con su lóbulo, apenas roza con tu lengua la comisura de sus labios, y aprovecha la fina lubricación mezcla de saliva y aceite para deslizarte sobre él.
Tras un rato, cuando sepas que el masajeado ha muerto en vida de puro gusto, pregúntale si quiere darse la vuelta.
No te quepa la menor duda de lo que ha decidido al pasar de párrafo. Ahora esperará que tu boca se pose sobre la suya, pero el siguiente paso serán sus pezones, una parada breve, cálida, húmeda, pero no precipitada. Dales calor, calcula su tamaño, su nivel de endurecimiento rodeándolos con la lengua. Desde ahí, empieza a bajar lentamente, desde el centro del canal al ombligo, y haciendo un alto en su pozo prenatal, ya percibirás el delicioso aroma de su pene ansioso de tus besos regalados, amante de ese abrigo rosa deseado, latente, silencioso, anfitrión del reino de su entrepierna.
Define su olor, bordéalo, aprecia su vecindario, desliza tu nariz por sus magnéticos testículos, hazles danzar esa danza vaga, e introdúcelos en la boca, uno a uno, suavemente haciéndolos salir y entrar como quien sopesa dos bolas de la suerte en las manos, vuelve a oler. Ahora su aroma se ha mezclado. Y mientras lo haces, sin precipitarte, agarra el pene con la mano, desde su anverso y vuélvelo para que quede cara arriba, apuntando al ombligo. Desde los testículos, arrastra la lengua lentamente a lo largo de la preñada polla de canales y ríos de amor y lava hasta llegar al glande, y hazlo desaparecer.
Sólo tú conoces a tu chico. Sólo tú sabes de sus ritmos, de sus velocidades, de sus piano-piano o acelerones. Juega con ellos. Déjale oir esas notas sin partitura, joder, disonantes. Más o menos sujeto, siente cada protuberancia, cada pequeña colina, cada centímetro de sabor a sabor de pene, a sudor de pene, a saliva y pene. Usa la boca, usa la mano. Usa las dos al mismo tiempo. Haz bailar a los tres, y cuando el final esté cerca, ambos decidís dónde queréis que el jugo blanco de su dulce leche repose, o nutra o lubrique.
Acabado el masaje, decidid mejor cuál es el siguiente paso. No hay uno sin dos, dicen. Y haber eyaculado puede significar nada menos que el comienzo de lo que venga. Ahí ya os dejo solos.
Ni te cuento como me he quedado 🙂
Jeje, Ahora es aplicarlo! Que con ligeros cambios se puede aplicar entre parejas lesbianas y heteros y lo que se ponga por delante.