Había un compañero en el Instituto al que llamábamos El Pitufo, porque era bajito y vivía en el campo. Fue el primer tipo al que conocí que me juró hasta creérmelo, que era capaz de chupársela a sí mismo.
Antes de que El Pitufo me confesase semejante cosa, siempre creí que la «automamada» era una leyenda urbana. Que si lo intentabas, se te partía la espalda, o no te llegaba la sangre al cerebro y te desmayabas, o que debías tenerla de un tamaño sobrenatural para ser capaz de tal proeza. Sin embargo, entre esto y lo otro fui descubriendo que aunque minoría, había un sector considerable que eran capaces de relajarse y hacer el numerito con regularidad. Habían dudas que, sin embargo, me asaltaban, como que (teniendo en cuenta que veinte años atrás éramos más ingenuos y enemigos de aceptar de verdad las cosas como venían), si te la chupabas a tí mismo, es porque eras marica sin remedio, y para alguien que no acababa de aceptar aún su realidad completamente, la tremenda duda era una razón imperativa más para pensármelo dos veces antes tan siquiera de intentar meterme en la boca algo tan cercano pero a un tiempo, tan puñeteramente distante como aprobar un simple examen de Historia para el estudiante mediocre que por aquella época fuí.
El caso es que un día, sólo en casa, echado en la bañera, disfrutando hasta el cuello de mi minipiscina de agua tibia y espumita, al ver aparecer la simpática cabecita del pene más arriba de la línea de flotación, me dije «¿Y si lo intentas?«, y podéis creerlo: Tras unos pocos minutos de tímido acercamiento, logré lo que sólo creí que El Pitufo lograría entre las personas de mi entorno. En mi ámbito muy, muy privado, me sentí como Einstein tras culminar su Teoría de la Relatividad, o como la gallina clueca al soltar el huevo. Aquello acabó generando adicción.
Dejé la lúbrica práctica en desuso hace años. Simplemente fue una fase que quedó atrás y a la que ni siquiera añoro, porque se pierde flexibilidad y cierto entusiasmo con el tiempo, sobre todo si la prueba fue superada y los triunfos debidamente saboreados en la más dulce extensión de la palabra, pero en el largo tiempo que duró aquella íntima relación entre mi pene y yo, extraje multitud de conclusiones, de las que no se aprenden escuchando de boca a oreja o leyéndolas no sé dónde, sino automáticamente y ya, como se aprende a conducir, por ejemplo.
Hace años, una, esta vez sí, leyenda urbana, aseguraba que Marilyn Manson (otra versión apuntaba al Prince de Minneapolis), se había hecho quitar dos costillas para así poder besársela cuando quisiera. Probablemente el que echó a correr semejante bobería no había conseguido nunca superar la prueba, porque no está ahí realmente el secreto. Otros se maldicieron por esos centímetros que quisieron tener de más, en el rabete o en la lengua, y que tuvieron la suerte de tener de menos. Lo cierto es que a no ser que la tuvieran tan rechoncha como un higo, tampoco debió haber sido ese un motivo de derrota. Y es que como tantísimas cosas prácticas en esta vida, en la autofelación entra en juego sobre todo la maña. Quién dijo que ser culto es más práctico que ser listo, caray. Pero esa «mañez» sale sobradamente favorecida si además te has dedicado a cuidarte apenas y tienes poca o ninguna barriguita, y haces un poco de ejercicio y la flexibilidad añade un gran plus a la acción, y no sólo flexibilidad, que es que hay pocas cosas físicamente más traicioneras, que un tirón muscular durante una actividad comprometida, así que ojito.
Lo cierto, es que, si sin partirte nada (en todo caso, en este blog no nos haríamos en absoluto responsable de ello), has conseguido o consigues por fin hacer de tu boca tu propio gorrito, o jersey de manga larga, o en el mejor caso, conjunto entero de jeans, polo y sombrero para el más fiel de tus mejores amigos, si has logrado oler el intenso aroma de ese hermoso efebo de cuerpo más barroco que un poema de Rubén Darío, y tras mucho intimar llegando a una clase de éxtasis que sólo puede definirse desde la intimísima experiencia, tras cubrir y descubrir el lustroso glande cada vez más goloso de sabor y temperatura, has honrado tu boca con el espeso jugo blanquecino, fruto de la más pura expresión del amor egoista, difícilmente podrás evitar, hasta que los años o el recurso a otras igual de felices alternativas ocupen un lugar preferente en tus juegos privados, seguir pitufándotela.
Jaja! A eso se le llama reciclar, sí señor, aunque yo reconozco que he reciclado poco.
Por cierto, quien diga que no ha intentado «reciclar», sea gay o hetero, miente como un vellaco, porque todos de pequeños hemos caído en la curiosidad jeje!
Jum… pues muchas veces he tenido curiosidad, pero nunca me he puesto ahí a intentarlo en serio.. xDD
Habrá que ponerse ^^
Hey Dan: he descubierto vuestra pagina y me parece genial man! Me encanto especialmente este post, como dicen Uds. en España, muy cachondo!
Me parece muy bien que utilizen la web en forma tan inteligente, y seguire leyendo sobre Uds. y sus post…
Te dejo mi blog, es personal sobre viajes y mi vida actual en Paris:
http://www.gusplanet.blogspot.com
Un abrazo desde la Ciudad Luz y sera hasta pronto!
Gussy
uf a mí me parece imposible XD
Aparte de que le has dado un sentido diferente a la palabra «pitufar», segun te leia me dolia mas la espalda.
Jeje, si ya sabía yo que no ha quedado nadie por intentarlo al menos, que es algo que llama mucho!!, jajaja
Hey Gusplanet, le he echado un vistazo rápido a tu blog esta mañana. Ya nos ponemos en contacto a través de él. Realmente me encanta!
Besos para todos y suerte en el reciclaje, guapos (y guapa)
en la primera escena de la película «shortbus» verás como es posible…